Lecturas
"Mil grullas" - de Elsa Bornemann
El 6 de Agosto de 1945 a las 8 AM, el presidente
Truman de EEUU ordenó arrojar la primera bomba atómica del mundo sobre
Hiroshima. El 9 de Agosto de 1945, era lanzada la segunda bomba atómica sobre
Nagasaki.
En segundos las dos ciudades fueron arrasadas y miles
de personas murieron en un instante. En los días posteriores fueron muriendo
los que se encontraban más alejados de los centros de la explosión y los pocos
supervivientes sufren aún hoy las consecuencias de la radiación, que se han ido
transmitiendo a las generaciones posteriores.
Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creian que el mundo era
nuevo. Como todos los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo.También,
como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945,
y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendian muy bien que era lo
que estaba pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la
ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima
de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los
escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba
las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticias de la radio, que
hablaban de luchas y muerte por todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban
ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la
escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que
ellos podían transitar ese imaginario sendero de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El
afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio...
Pero Naomi sabia que quería a ese muchachito delgado,
que mas de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de
batatas que había traído de su casa.
- No tengo hambre - le mentía Toshiro, cuando veía que
la niña apenas si tenia dos o tres galletitas para pasar el mediodía. - Te dejo
mi vianda - y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a
las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi...Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba
en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de
golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aun...
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue
el verano, que llego puntualmente el 21 de junio y anuncio las vacaciones
escolares. Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus
soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro
deseaban que empezara.
Su comienzo
significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos
una de la otra, sus familias no se conocían.
Ni siquiera tenían
entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar
pacientemente la reanudación de las clases.
Acabo junio y Toshiro arranco contento la hoja del
calendario: ¡Por fin llego agosto! Pensaron los dos al mismo tiempo. Fue
justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajo, junto con sus padres, a
la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos
ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.
Ya no vendía nada. No obstante, sus manos viejas seguían
modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas. “Para cuando
termine la guerra”; - decía el abuelo “Todo acaba algún día” -comentaba la
abuela por lo bajo.
Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy
hermoso, porque los ojos de su
madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían
al final de la guerra, tanto como a el se le aclaraban los suyos cuando
recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de
soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni arboles a su
alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandono el tatami, se deslizo de puntillas entre sus
dormidos hermanos y abrio la ventana de la habitación. ¡Que alivio!
Una cálida madrugada le rozo las mejillas. Ella le devolvió
un suspiro.
El dos y tres de agosto escribió, trabajosamente, sus
primeros haikus:
Lento
se apaga
El
verano.
Enciendo
Lampara
y sonrisas.
Pronto
Floreceran
los crisantemos.
Espera,
Corazon.
Después, achico en rollitos ambos papeles y los guardo
dentro de una cajita de laca en la que escondia sus pequeños tesoros de la
curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y cinco de agosto se los paso ayudando a su
madre a las tias. ¡Era tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre
sabia hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que resultaba
aburridisimo para otras chicas. Cuando cosia, por ejemplo, imaginaba que cada
doscientas veintidós puntadas podia sujetar un deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venia, laboriosa. Asi, quedo en el
pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa
guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Tohiro no la
olvidara nunca. Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenia sus propios planes.
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de
Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su
amigo: - ¿Qué estara haciendo ahora?
Toshiro pesca
en la isla mientras se pregunta: - ¿Qué estara haciendo Naomi?
En el mismo momento, hombres blancos que pulsan
botones y la bomba atomica surca por primera vez un cielo.
El cielo de
Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la
ciudad.
Dos viejos trenzan bambúes por ultima vez. Una docena
de chicos canturrean por ultima vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por
ultima vez.
Miles de hombres piensan en mañana por ultima vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las
aguas del rio.
Y medio millon de japoneses, medio millon de seres
humano, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, arboles,
calles, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podra volver a
reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni
retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un
sol estallando.
Recien en diciembre logro Toshiro averiguar donde
estaba Naomi. ¡Y que aun estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado
en una localidad proxima a Hiroshima. Como tantos otros cientos de miles que también
habrían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado
dentro de ellos, en su misma
sangre.
Y hacia ese hospital marcho Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho
no sabia si era el frio exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto ala
ventana. De cara al techo. Con los ojos abiertos y la mirada inmóvil. Ya no tenía
sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel
desparramadas.
- Voy a morirme, Toshiro; - susurro, no bien su amigo
se paro, en silencio, al lado de su cama.; Nunca llegare a plegar las mil
grullas que me hacen falta. Mil grullas o semba-tsuru, como se dice en japones.
Con el corazon encogido, Toshiro conto las que se
hallaban dispersas sobre la mesita. Solo veinte. Después, las junto cuidadosamente
antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
- Te vas a curar, Naomi; le dijo entonces, pero su
amiga no le oia ya: se habia quedado dormida.
El muchachito salio del hospital, bebiendose las
lagrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tios de Toshiro (en
cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron
aquella noche el porque de la misteriosa desaparición
de casi todos los papeles que, hasta ese dia, habia habido alli.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejo
cuadernos y hasta algunos libros parecian haberse esfumado mágicamente. Pero ya
era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartia con sus primos, Toshiro
velaba entre la sombras. Espero hasta que tuvo la certeza de que nadie mas que
el continuaba despierto. Entonces, se incorporo con sigilo y abrio el armario
donde se solian acomodar las mantas.
Mordiendose la punta de la lengua, extrajo la pila de
papeles que habia recolectado en secreto y volvio a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y asi, en el silencio y la oscuridad de aquellas
horas, Toshiro recorto primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los
plego, uno por uno, hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras
sumarles las que ella misma ya había hecho. Ya amanecia. El muchacho se
encontraba pasando hilos a traves de las siluetas de papel. Separo en grupo de diez
las fragiles grullas del milagro y las apresto para que imitaran el vuelo,
suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazon temblando, Toshiro
coloco las cien tiras dentro de su furoshiki y partio rumbo al hospital antes
de que su familia se despertara. Por esa unica vez, tomo sin pedir permiso la
bicicleta de sus primos.
No habia tiempo que perder. Imposible recorrer a pie,
como el dia anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital.
La vida de Naomi dependía de esas grullas.
- Prohibidas las visitas a esta hora; le dijo una
enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos
estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: - Solo quiero colgar estas grullas
obre su lecho.
Ningún gesto denuncio la emoción de la enfermera
cuando el chico le mostro las avecitas de papel. Con la misma aparente
impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un
lado y le permitió que entrara: -
Pero cinco minutos ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso
una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a mas no poder para alcanzar el
cielo raso. Pero lo alcanzo. Y en un rato estaban las mil grullas
pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados,
firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando
advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenia la cabecita echada a un lado y
una sonrisa en los ojos.
- Son hermosas, Toshi; Gracias;
- Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas y el muchacho
abandono la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo
el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la
enfermera también dejo colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al dia siguiente. Un ángel a la
intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podrían mil frágiles avecitas
de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en
Inglaterra. Se caso, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco
establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus
empleados se atreve a preguntarle por que, entre el aluvión de papeles con
importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre
su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por el, pero en algún
momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas despegando alas en las que se descubren las
cifras de la maquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más
sofisticados restaurantes.
Grullas y mas grullas.
Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente
debe creer en aquella superstición japonesa. - algún día completara las mil -
cuchichean entre risas -. ¿Se animara entonces a colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospecha, siquiera, la entrañable relación que
esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor
primero.
EJERCICIOS
1. En clase, analizamos el contexto de la obra y la referencia histórico-social situada en torno a la Segunda Guerra Mundial.
2. Leemos la verdadera historia de Sadako Sasaki y analizamos las variantes del relato literario.
3. Fabricamos o dibujamos grullas por la paz mundial.
4. Creamos un final alternativo al relato.
Actividades con cuento "Mil Grullas" de Elsa Bornemann
No hay comentarios:
Publicar un comentario